jueves, 21 de marzo de 2013

Amanecer tras el diluvio


Del color del ocaso se tiñe ahora el iris de mis ojos, 
unos ojos que ahora no reflejan más que vanidades, 
no reflejan más que eternidades,
vagando en este marchito infierno que has hecho del edén.

Peor que estar muriendo por dentro.
Peor que estar vivo y desear estar muerto.

Como late aquel invierno,
de las hojas de los arboles caidos resurge ahora, el rocío de sus flores, 
de los amaneceres tibios nacen ahora las noches, 
estas noches de estrellas huidas, 
todas han ido a buscarte.
Todas han ido a encontrarte, a encontrarnos.

¿Dónde estamos si no estamos juntos? 
¿Dónde estoy yo si no estás conmigo?

Las rosas, las melodías, las caricias, los besos, 
las camas, los parques, mi mano, mi mundo, 
tus ojos, mi vida, la tuya.
Se funden ahora para martirizar mi desgastado corazón,
mi mugriento, sediento, maltrecho y engañado corazón.

¿Dónde te lo has llevado?

Azufre, todo lo que huelo ahora, queroseno.
Queroseno de tu piel en mi piel.
Restos de tinta, de sangre que lloran mis ojos,
de palabras que no quisieron nacer,
de suspiros que no quisieron respirar el aire de tu boca,
mañanas que no quisieron despertar en tus sabanas,
besos que no quisieron ser mis besos, tus besos.

Del color de la lluvia se tiñe ahora tu iris, 
de aquella lluvia, que nos sorprendió.
De aquella lluvia, el único testigo del adiós.