sábado, 25 de abril de 2015

No hay mal que dure cien años, pero sí agonía que lo intente.

Nos queda nada y nos queda todo, porque cuando el alma alimenta los recuerdos, la cabeza se quiebra y lo cuerdo se hace loco, y la calma se enturbia. 
Nos queda un ruido sordo de caricias, un tango sin pies, nos queda una noche sin luna, eterna, retorcida y retornada.
Nos queda el aliento, ese que gastamos profiriendo maldades y maldiciendo al amor que era mezquino, y aún así más sabio que nosotros. Nos quedan las leyendas, los hechizos de mirada, los poderes que unificaban las tierras, nos quedan las ganas y alguna que otra lanza que atraviesa arterias románticas encasquilladas. 
Nos quedan los cuerpos porque nuestros espíritus, jóvenes y eternos, si que han apostado por la pasión que nosotros entendimos, quisimos y alimentamos Aunque ahora reneguemos como Judas, de lo que fue nuestro, sincero, de la única verdad que alimentaba mis entrañas.
Nos queda el silencio que nos hace un favor rompiéndose en mil palabras, atragantadas, que escalan la garganta, asoman por la comisura de los labios y se arrancan en miles de lágrimas cristalinas por nuestros ojos desconocidos, que antes se habían adorado. 
Nos queda el recuerdo, cuando la noche es turbia, loca y se quiebra.