miércoles, 20 de agosto de 2014

Allí dónde solíamos gritar...

El ocaso ha llegado al mañana, 
y ha florecido el perdón en el ayer.
Las rosas con espinas sangran en tus manos,
y esa sangre, que mis ojos llora, no es otra cosa,
que la herida del placer.
A cuantas miradas indiscretas tendré que convencer,
para que así mi alma crea, y se deje de desmerecer.
Lo más duro del perdón no es pronunciarlo,
si no perdonarse a uno mismo con el corazón.
Cerrarle las ventanas a la condena, 
y abrirle las puertas al olvido.
El ocaso ha llegado, y al fin lo he comprendido.


Es preciso morir más de cien veces en vida,
es preciso caer.