domingo, 28 de septiembre de 2014

Yo. Vacía, inerte, insípida, incolora, hueca y rota

Eras como la vida misma, una sonrisa quebrantada que alumbraba la oscuridad de mis pensamientos. Eras esa brisa, que sacudía mi pelo en las tormentas que entre paz y amor se intercalaban, arrasando como un incendio la felicidad y devastando las caricias, abriéndole un puente a la tristeza, penetrando en los adentros de nuestras almas, como un inyección de cruel realidad.
La melodía que tarareaban mis dedos y repicaba en tu cabeza, tratando de recordarnos que hubo un día en el que reinaba nuestro solo de piano.
Mi corazón se agolpaba contra la puerta, buscándote cada vez que tus pasos se adelantaban a mi boca, o a mis palabras, o a estas letras desesperadas.
Buscando un rayo que nos librara de esta tortuosa tormenta, y aferrarnos a él con toda la fuerza que nuestro amor desgastado nos permitiese emplear.

Me he perdido, he muerto y he resucitado, buscando una explicación a la catástrofe que un día dejamos entrar en la habitación, sin mas respuesta que las lágrimas que preceden a mis perdones, sin mas premisas que un portazo y un adiós.

Mi corazón esperaba bajo la lluvia a que tus ojos azules volvieran a atravesar esa puerta, tus ojos, a veces azules, a veces verdes, y a veces atormentados.
Esperando a ser rescatada de esta libertad que se me atraganta, sin ti.
Esperando dejar de sentir el latido en mis venas de esa inyección de cruel realidad que es el destino, esperando que como la vida misma, vengas y me lleves contigo.