domingo, 16 de agosto de 2015

Delirios con sal

El cielo estaba estrellado y era tan azul y tan gris y tan pardo y tan bello, que desgarraba corazones y a punta de navaja robaba ilusiones, guiños, miradas, palabras, sueños, besos, caricias... Y es que eres tan certero que atacas gargantas que te escriben, manos que te plasman en mil lienzos, ojos que se desvelan de mirarte y alientos que se pierden profiriendo la belleza de tu nombre. Eres tan acogedor como el regazo de una madre, y tan frió como el rocío del invierno, eres tan desgarrador como el llanto de un niño y tan dulce como una flor entre dos enamorados, eres peor que una guerra entre hermanos y mejor que una bella poesía. 

Y ese mar que tú encierras, que nos guarda tantos secretos, se ha desvelado y arrulla una triste canción que solo los más sucios poetas conocen, y los que a hierro matan entonan, que canta los pecados, uno a uno, que suceden entre dos enamorados. Y yo, que sigo en este destierro sin nombre, dónde ya no soy yo, si no cientos de otras que se encargan de amarte, no mejor, y no más, de lo que yo ya te he amado. Te iré a buscar a lo más profundo del desierto que es mi alma, vacía de significado y vacía de esperanza, dónde aguarda ese ultimo beso que no nos dimos y esa luna llena que tanto nos amaba. Te iré a buscar a la cama, dónde sellamos las promesas, dónde mi cuerpo era tuyo, a aquel balcón que no habían soñado ni Romeos ni Julietas, a aquellas calles que encierran más puestas de sol de las que jamás haya habido, a esta playa de nuestra vida en la que hoy escribo estas letras. 

El cielo hoy no esta estrellado, ni volverá a estarlo en tu ausencia.