sábado, 15 de marzo de 2014

Arena y sal



La música retumbando en mis tímpanos, las notas correteaban por el aire,
nos cubrían con su manto. Mis pies danzaban, y mi vestido volaba al unisono, 
mi ser en armonía con el universo a mis pies.

El brillo de mis ojos iluminando la oscuridad de los tuyos, 
le hacia la competencia a la luna, susurrabas, enloquecía mi piel.
Tus manos, sostenían firmes mi cintura en el aire, me sentía libre como las gaviotas
que habíamos contemplado, como el mar rugiendo para nosotros.
La felicidad era aquello que se respiraba, felicidad en pequeñas dosis, de arena y sal.

El agua mojaba nuestros pies y la arena se deslizaba grano a grano como el tiempo del aquel verano,
que se escapa ante nosotros entre nuestros dedos. 
Mi piel se erizaba, mientras tu deslizabas tus dedos por mi brazo y apoyabas tus labios en mi cuello.
Mi corazón golpeaba mi sien y yo lo liberaba, tu corazón en mi pecho, esa era su casa.

El olor de mi pelo se mezclaba con tu olor mientras las gotas de aquella lluvia caían sobre nosotros,
sobre la arena, sobre el amor. Empapando nuestros besos, empapando la vida.
Tus manos se deslizaban y mi alma les abría paso, tus dientes rompiendo la calma y mis ojos,
callaban despacio. Sosteniendo el aliento para así hacer el tiempo un poco más eterno.

La eternidad se fugó y entonces, yacimos muertos. 
La lluvia, la arena, el mar, la sal, tus manos, el momento,
el verano y hasta mi corazón, se habían marchitado.
Entre las cenizas de la pasión, el olvido, y aquel eterno verano.